En esa época yo vivía gracias a
la literatura. No me refiero a que me hiciera ganar dinero, sino que, al
contrario, tenía tan poco que solo lograba sobrellevar la adversidad gracias a
ella. Y la literatura, al menos en mi vida, significaba tres cosas: los libros
que leía, lo que yo escribía y mi novia. Esta última era increíblemente bonita,
pero más que bonita, era inteligente, y aún más que bonita e inteligente, era
una buena persona. Ya hoy en día es difícil conseguir alguien que reúna esas
tres cualidades, las cuales, sin querer autoflagelarme, yo nunca tuve. Digo,
tampoco era un tipo feo, ni me consideraba bruto o malo, pero sin lugar a dudas
sí era un poco idiota. De otra forma no se podría explicar que no trabajase,
que viviese de arrimado en el apartamento de mi chica sin poner una moneda, que
justificase todo con el argumento romántico e ingenuo de que yo era un artista
y solo a eso me dedicaría. En mi defensa, y lo veo ahora que ha pasado el
tiempo, la razón de esa forma de pensar tan tonta se resumía en que, hasta
aquel momento, había leído demasiado y vivido muy poco.
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Aura María
Antes de dormir
En algún momento de la madrugada me perdí. Y justo esa noche
se hizo larga, muy larga, tanto que pareciera que duró meses, quizás porque la
temporada era invierno o porque las horas nocturnas no funcionan iguales que
las del día. Todo colabora para que uno termine de esa manera, extraviado sin
darse cuenta. De lo que sí me percaté fue de que no quería estar así, perdido y
estancado. Me pregunté por las cosas importantes de la vida: el hábito de sonreír
constantemente, las ganas de escribir y, sobre todo, el dedal con forma de beso
que es el amor. Entonces como aquel que desea -si bien no sabe en dónde- algún
camino para recorrer, eché andar. Y recorrí esa noche larga intentando llegar hasta
el amanecer. Justo antes de dormir, me puse a llorar sintiéndome muy solo.
El amor que se quedó
¿Te has puesto a pensar alguna vez qué pasará con el amor que se quedó? Ese que no es cualquier amor, sino uno en particular, el que se siente en las mejillas, en el estómago y en las ganas de viajar juntos. Un amor de verdad, quizás. ¿Qué pasará con él si aún está en las manos y en los ojos, pero sin ir a ningún lugar? Será que se transforma, que se muere o es capaz de continuar en otras vidas.
Me he puesto a pensar en eso, tal vez porque estoy en una edad incierta, sin ser joven, sin ser viejo, y encuentro cosas que se han quedado en el limbo también: sueños compartidos, chistes internos, chats de madrugada. Parecen pertenencias puestas al azar, aunque todas están atadas por un hilo rojo hasta el mismo lugar. Y de repente, de la nada llega un recuerdo en el que una conductora baja el vidrio y avisa: “hacen una bonita pareja”. Qué pasará con ese amor y qué pasará con la tristeza de saber que alguna vez fuimos muy felices.
Destiempo
Nuestro problema fue el tiempo.
Ese que a veces parecía ir muy rápido y otras muy lento. Ese que apuraba situaciones para las que no
estábamos preparados y que por eso no disfrutábamos, luego las hacía parte de
una memoria acostumbrada a extrañar el pasado. Pero tú fuiste un pasado mejor,
no perfecto, lo sé, pero mejor. Una madruga juntos, unas manos tocándose antes
de despedirnos, mensajes kamikazes que buscaban estallar en el corazón del
otro. Esas y muchas otras imágenes en las
que no suelo pensar para no hacerme daño. Sin embargo, ahí está el tiempo
girando para matar nuestros recuerdos. Tú en la gran ciudad, yo en este
desierto. Tú cantando bonito, yo intentando explicar con letras lo que no dije cuando
debía.
El tiempo fue nuestro problema o,
tal vez, el destiempo: te enamorabas de mí cuando yo no de ti, y me enamoraba
de ti cuando tú no de mí. Y en esa desincronización se nos fueron los mejores
años de nuestra vida, esos en donde vivíamos cerca y podíamos querernos
libremente. El tiempo fue nuestro problema y eso lo veo desde este futuro en el
que un nosotros no existe, como si fuese parte de un mundo que pasó por
un cataclismo y yo, desde el posapocalisis de mi vida, lo descubro en los libros
llenos de polvo. Si pudiese pedirle algo al tiempo sería dejarme hablar
contigo, no para explicarte nada, sino para el reloj se detenga cuando tus ojos
me vean otra vez.