Fotografía de Víctor Alfonso Ravago
Páginas
- Poema a la moneda de un bolívar-
-Sí, quiero serlo-
Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
Me estaban prestando una alfombra
mágica que solo me recordaba a la que tenían mis abuelos en una de esas tantas
casas en las que vivieron al final de sus años. El amigo que me confió el
objeto me debía dos favores: el primero había sido confabular en la causa de su
enamoramiento con una de mis primas y el segundo encubrir su huida de nuestra
ciudad ante el rechazo de mis tíos por su romance juvenil. De eso ya hacía
muchos años, pero el insistía en el hecho de ayudarme como pago a mi ayuda
pasada. Me explicó que el objeto venia de oriente, de una tierra lejana en
donde los hombres eran diferentes en sus costumbres y que estos habían logrado
encontrar la forma para hacer que las alfombras comunes pudiesen levitar
transportando personas. Muy asombrado, con una mezcla de miedo y curiosidad a
partes iguales, monté por primera vez en el rectángulo de tela. Mi objetivo era
simple: poder recorrer el país entero hasta llegar hasta mi ciudad natal. Si,
por supuesto, ésta era una tarea muy sencilla y que se entienda el sarcasmo con
el que escribo dicha afirmación.
-Café con leche-
Fotografía de Víctor Alfonso Ravago
Iba por una calle poco
transitada, de esas que siempre terminarán en un mismo punto: el centro de la
ciudad. La vida parecía una densa niebla que no disipaba a pesar de mis
esfuerzos constantes por complacer a los que me rodeaban. Yo en ella, no era
sino un solitario becerro que tanteaba a ciegas para lograr encontrar algo. Me había pasado ya un
año entero intentando levantar cabeza, luego del viaje a la isla, del viaje a
otros países, de volver a mi ciudad querida, de encontrarme con mi amada y
haber vivido un idilio que nunca empezó; yo me encontraba nuevamente como de
costumbre: sin un mecate de dónde agarrarme para sostenerme. La gente iba y
venía pasándome por el lado sin detenerse a mirarme. Las mujeres agarrando bien
su cartera pendientes de cualquier amenaza que estuviese a merced, los hombres
caminando más rápidamente: el tiempo es oro si en tu casa comerán gracias a tu
sudor. Yo allí, sintiéndome desconocido hasta de mí mismo, viéndome desde otros
puntos como a un vagabundo que no tiene ni norte a donde dirigirse, ni sur de
donde provenir. Agüero de lluvia sobre mi cabeza y un calor que pareciera tener
vida propia. Perros callejeros; carros de muchos colores, de diferentes años de
creación, de infinidad de modelos; árboles que no alcanzan a perecer imponentes
debido a su juventud, una que también comparte la ciudad entera; tierra seca
debajo de mis pies y estructuras de sementó a mi alrededor. Todo rodeándome
mientras continúo caminando como aquel que solo lo hace por simple impulso.
-De todo corazón-
Fotografía obra de Génesis Pérez
-Yo entiendo todo de verdad, pero
tienes que entenderme tú a mí también- le decía la muchacha a su madre
intentado parecer segura de sí misma. Se llamaba Karla y había llevado una
maldición en su espalda desde que tenía memoria, aquella de ser diferente y de
querer un destino distinto al que le querían establecer. Cabello largo y suelto
todo el tiempo, con aire soñador, mirada alegre, labios que servían como
instrumento de hipnotismo cuando se fusionaban con la voz melodiosa que
emanaban; en fin, Karla era bonita como muy pocas. Poseía la edad aquella en la
que se determina el futuro de la nación compuesta por nuestro Ser en conjunto.
El único problema era que no poseía un norte parecido al de las demás personas
que pasaran a su lado. Su vida desde el comienzo había sido dotada por el
capricho eterno de querer alcanzar la felicidad. Tal hecho (como cosa rara)
estaba acompañado por un camino bastante nublado que iba atado al factor del
posible fracaso en el intento. Su padre había muerto hacía ya varios años mientras
desempeñaba labores como policía. Ocurrió una mañana lluviosa cuando, al
interrumpir un robo que estaba en marcha, se presentó una balacera en la que
culminarían sus aconteceres después de un disparo certero en la sien izquierda.
Dejó tres hijos (entre los que Karla era la más pequeña) y una viuda que jamás
pensaría si quiera en encontrar otra pareja de por vida. El nombre de la mujer
que ahora actuaría como cabeza de familia era Cecilia Otero y aún en aquellos
instantes tan acalorados, doña Cecilia no dejaba de hacer lo que siempre había
hecho: querer lo mejor para su pequeña hijita.
-Contando la cosa-
Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
-La guerra me sorprendió de la
manera menos esperada: cuando iba a la bodega a comprar huevos y harina de
trigo porque mi hermana estaba antojada de comer panquecas. En aquellos días se
hablaba de una constante amenaza que podía estallar en cualquier momento. Pero,
como siempre, uno no le presta atención a las cosas sino hasta que estas le
están pegando un golpe en la cara. Corría el año de 1958 y el presidente era
nada menos y nada más que el desgraciado de Pedro Manuel Cardona.
-Hola te digo-
Fotografía de Víctor Alfonso Ravago
Así como soy,
sin intentar frenar el
impulso que se genere,
queriendo soñar hasta
sin querer hacerlo.
¿No tiene sentido?
Entonces te doy la bienvenida a mi mundo.
***
-Mis maratones-
Fotografía obra de Génesis Pérez
Empezando por el final y para no
dar sorpresa alguna a estas líneas, la vida que seguí estuvo constantemente
girando en torno a lo pasajero. Todo aquello que ocurriese sin mayor notoriedad
en mis días fue bien recibido y tal hecho se instaló en mi conciencia como la
seguridad estable y perpetúa que tenemos los humanos de morir. De la misma forma busqué esa exactitud
errante, compleja y casi erradicada de la geografía terrestre que propone la
esperanza. Al no poderle dar alojo fijo en mi interior, pude entender la
inconstancia que tenemos muchos al mantenerla. De igual manera se opta por algo
que podamos amar sin lograr entender el porqué de dicha acción, solo se hace
sin esperar otra cosa. Eso quizás sea la verdadera esperanza, vivir y sentir
cada minuto sin hacer otra cosa que aquello que nos hace sentir especiales.
-Litargo en su laberinto-
Leonardo José María Litargo
Moreno Fermín Vásquez, mejor conocido como Leonardo Litargo o Litargo a secas,
se encontraba en la habitación con paredes blancas en la que lo habían metido
aquellas personas extrañas. No entendía realmente que estaba pasando, veía su
alrededor contrariado por no saber dónde se encontraría. Solo recordaba que lo
habían sacado de su casa cuando estaba desayunando y que luego fue trasladado
hasta ese lugar. Lo extraño era que, a pesar de su confusión, no recordaba el
transcurso de cómo había llegado hasta allí. La historia de su vida era
extensa, Litargo llegó a ser conocido como “La lumbrera” y es que su vida giró
en torno al conocimiento puro. Fue un filósofo y erudito eminente en su época,
destacado por sus trabajos y principios que estudiaban la relación del hombre
con el poder. Su obra de mayor prestigio y con la que alcanzó el clímax de su
carrera fue: “Dioses en potencia, nada más en potencia”. Se reconoció mediante
esta que Litargo poseía un profundo entendimiento hacia la magnificencia humana
y cómo ésta era un arma de doble filo para el que llegaba a desarrollarla. Se
le consideraba un hombre de una cultura exorbitante, de una amabilidad calurosa
y de un don para la conversación nato. Pero nada de eso valía en aquellos
momentos, Litargo se encontraba preso en una celda que no poseía barrotes.
-Entrevista a un panita-
Fotografía de Víctor Alfonso Ravago
Santiago Orosco nos recibió
amablemente una mañana de sábado con una sonrisa en los labios y un estrechar
amigable de manos. Adentro en su pequeño apartamento, no tardó en ofrecer una
taza de café recién hecho, acompañado por un poco de canela. “La canela es para
darle un sabor exquisito”, explicó alegremente. El joven aclara ser parte de
algo realmente grande: vivir. Empezando por lo básico, su vida consta (según
sus propias palabras) de cuatro ingredientes básicos: familia, amigos, alegría
y amor. “De verdad tengo tanta suerte, que los cuatro elementos se
retroalimentan entre ellos. No dejo que me abandonen, son mi refugio en los
momentos difíciles que presenten los días; son la seguridad de que todo estará
bien”. A pesar de lo estrecha que puede parecer su vivienda (solo dos cuartos,
un baño, una sala y una cocina), Santiago afirma poseer todo lo que necesita y
tiene una explicación para ello bastante curiosa: “Hace algún tiempo viajé a
Circacia, un pueblito hermoso en el eje cafetero colombiano. En él conocí a una
viejita bastante ilustrada que me habló de Krishnamurti y de cómo éste
profesaba que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. A partir
de ese momento decidí ejercer ese principio y creo que es bastante práctico.
Acá tengo todo lo que necesito”.
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